Volamos desde Chiang Mai a la ciudad de Mandalay, ya en Myanmar, en un pequeño y bonito turbo reactor, en un viaje de hora y media.
El aeropuerto de esta ciudad es nuevo, de pequeño tamaño y está a unos 35 km.
Pasamos los trámites de entrada sin problemas, ya que habíamos obtenido visado para 28 días en la embajada de Myanmar en Bangkok, previo pago de 50 dólares.
El transporte hasta el hotel lo tienen bien organizado ya que vas a un mostrador, les dices el hotel, que clase de taxi, privado o compartido, y te llevan hasta el vehículo.
Nosotros cogimos uno compartido de 6 plazas, pagando 3 dólares cada uno.
Eso sí, tardamos hora y media en llegar al hotel. La distancia, y el tráfico típico de esta zona hace que no sean rápidos los desplazamientos.
Lo primero que nos llama la atención es que los hombres visten mayoritariamente falda (longui), y mascan continuamente «Betel», escupiendo al suelo. Sus dientes están rojos, producido por esta sustancia, que parece ser es estimulante.
Y que las mujeres, y algunos hombres, llevan un maquillaje especial (thanaka). Se trata de una pasta amarillenta que se hace rallando una corteza de un árbol y mezclandolo con agua. Dicen que protege del sol y que hidrata.
El país tiene 135 etnias reconocidas, siendo la mayoritaria «la bamar», con casi el 70 por ciento. Por supuesto nosotros no somos capaces de saber a qué etnia pertenecen, aunque vemos bastantes diferencias en sus rasgos físicos.
Lo que si hemos apreciado, hasta ahora, es la amabilidad y simpatía con la que nos tratan.
Mandalay es la segunda ciudad más poblada del país, teniendo más de un millón de habitantes. Teniendo en cuenta que apenas hay edificios altos, nos damos cuenta que su extensión es muy grande, con grandes distancias.
Fue capital del reino de Birmania, con lo que alberga edificios de interés.
Uno de ellos es el antiguo palacio real, aunque esta totalmente reconstruido. Es un recinto amurallado, rodeado de un foso con agua, que forma un cuadrado de casi 2,5 km de lado.
Cerca del lado norte del palacio están los principales templos de la ciudad, así como en su colina, en la que nos vamos encontrando pagodas según vamos subiendo.
La subida hasta el final se hace por una escalera cubierta, que cuenta con 1729 escalones. La recompensa es tener unas buenas vistas sobre la ciudad.
La ciudad a parte de sus monumentos, es vida por todas partes, y a todas horas, desde antes del amanecer, hasta pasado un tiempo de la puesta del sol.
Y si hay que ir a ver al «Buda de Oro», se va con las mejores galas.
Por cierto, las mujeres no pueden acercarse a este buda.
En un paseo al azar hemos descubierto una pagoda de la comunidad india, que llama la atención por su colorido.
Parece que has visto todo tipo de Pagodas posibles y, sorprendentemente, siempre hay otra diferente
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